16 de agosto de 2017

La Tempestad

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26/04/2024

Artes visuales

Entrevista con Franco Berardi ‘Bifo’

El pensador italiano vuelve a poner el dedo en la llaga: las crisis sociales están directamente relacionadas con las mutaciones tecnológicas contemporáneas; aquí, una charla con el autor de ‘Fenomenología del fin’

Ana León | domingo, 10 de junio de 2018

Autor de una de las obras más radicales para explicar las características del capitalismo postindustrial y su vínculo con las condiciones anímicas del cognitariado (es decir, los trabajadores en la era informática), Franco Berardi ha entregado trabajos clave como La fábrica de la infelicidad (2000), Generación Post-alfa (2008), Félix (2013) o Después del futuro (2014). A propósito de la publicación en español de Fenomenología del fin (2017), editado por Caja Negra en Buenos Aires, Bifo visitó el Tecnológico de Monterrey hace algunas semanas para impartir la charla “Suicidio, precariedad y mutación digital”, como parte de la Cátedra Alfonso Reyes de la universidad regiomontana.

 

En su nuevo libro habla de la fenomenología del fin. Pero ¿cuál es este fin? ¿El de la comunicación, el de la solidaridad, el de la identidad, el de nuestra sociedad como la conocemos hasta ahora?

Es el fin del humanismo como lo hemos concebido durante la época moderna. Pico della Mirandola, un filósofo italiano del siglo xv, define el marco fundamental del humanismo y lo hace recaer en la libertad ontológica: no hay ningún proyecto divino en el origen de la historia. El hombre es el creador de su vida histórica, la historia no es la proyección de un dibujo transcendente en la esfera de la voluntad humana. Las palabras que Pico escribe en su texto Oratio de hominis dignitate marcan el fin del pensamiento teocrático medieval, pero también el comienzo de una época en la cual la voluntad y la acción política tienen la fuerza para desarrollar procesos colectivos.

Cuando la técnica en su matrimonio con la economía tuvo el poder de determinar la acción colectiva humana (como podemos ver en nuestros días de Facebook y Cambridge Analytica, prescribiendo las elecciones estadounidenses que dieron la victoria a Trump), la libertad ontológica del hombre desaparece. Seguimos pensando en términos políticos, seguimos creyendo que nuestra voluntad puede cambiar el curso de las cosas públicas, pero es una ilusión. El arte de la política está perdiendo su eficacia porque la voluntad humana está cada vez más encapsulada en el interior de cadenas tecnolingüísticas automáticas.

En esta mutación cultural y social llegamos a una especie de asepsia emocional: para evitar sentir todo terminamos por no sentir nada. Esto es lo que aprenden las nuevas generaciones que, menciona, «aprendieron más palabras de una máquina que de sus padres». ¿Qué tipo de experiencia social resulta de este proceso? ¿Aún es pertinente hablar de «experiencia social»?

El proceso de significación a través del cual producimos sentido, y en consecuencia sociedad, pierde la flexibilidad que pertenece a la esfera de lo sensible y se transforma de acuerdo con un formato conectivo, incapaz de elaborar emocionalmente y que se hace cada vez mas compatible con secuencias computacionales.

Pero esta higienización emocional también lleva a la pérdida de sentido, de referencia. ¿Hasta dónde se vincula esto con la desterritorialización? ¿Ya no hay cuerpos, sólo pantallas?

Al contrario, los cuerpos no desaparecen, no se disuelven en la abstracción. Siguen viviendo, pulsando, pero se encuentran cada vez más dementes. En un sentido literal: se encuentran en una condición de separación desde la mente. El cerebro actúa frente a una pantalla en relación continua con otros cerebros, pero sin relación con el cuerpo individual y colectivo. Lo que se pasa es que la relación comunicacional y el proceso de significación actúan en una dimensión separada, una dimensión donde los cuerpos demoran. Y viceversa, los cuerpos pierden sensibilidad, la película que permite la significación ambigua, irónica, emocional, se desensibiliza hasta a producir una patología de la esfera social: patologías de pánico y de depresión que caracterizan el panorama psicosocial contemporáneo.

¿Qué nos espera cuando la experiencia deviene una colección de escombros, una simulación en la que ya no hay espacio para la elaboración de signos ni de emociones? Es decir: ¿se producen signos pero no hay una verdadera comunicación?

La aceleración del ritmo infoesférico pone el organismo consciente en condiciones de caos cognitivo: el cerebro colectivo no puede elaborar de manera crítica los input de información, que son al mismo tiempo estimulaciones neuropsíquicas. La facultad crítica se forma en la esfera de la comunicación escrita, y cuando al modo secuencial de la escritura sucede el modo simultáneo de la inmersión digital la mente abandona la modalidad crítica y entra en la dimensión mitológica. Esto que teorizó McLuhan en 1964 (Comprender los medios de comunicación) permite explicar muchos acontecimientos de la época de Trump. La capacidad de discriminación crítica (verdadero/falso, bueno/malo) necesita tiempo, necesita un entorno técnico que se incorpora en el sistema comunicacional del libro. Esta capacidad desapareció y no creo que vuelva.

Si hay un borrado de la comunicación, ¿cómo lograr empatía y el entendimiento del otro?

No lo sé. No tengo una cura. La terapia que yo conozco, que se desarrolló en algunos momento del siglo pasado, se llamaba “movimiento”, una forma de reempatización del cuerpo social. Lo que necesitamos es una ola de revitalización del cuerpo social, como fue el 1968 a nivel global. El problema es que para suscitar una ola de movimiento se necesitan condiciones psíquicas, cognitivas y técnicas que ya han sido destruidas.

En una de las dos conferencias que impartió en el Tecnológico de Monterrey señaló que hemos mutado de una sociedad de explotadores y explotados a una sociedad de perdedores y ganadores. ¿Hacia dónde conduce este tipo de sociedad y cuáles son sus consecuencias?

El fundamento cultural de la reforma neoliberal (una reforma antisocial que hoy esta produciendo sus efectos extremos, así como su propia némesis trumpista y fascista) es la promoción sistemática de la competencia. No existe sociedad, dijo Thatcher, sólo existen individuos, familias y naciones en guerra de competición permanente. Cada individuo está acostumbrado a pensarse a sí mismo como un átomo guerrero. Sólo ganando en la guerra económica cotidiana el individuo puede realizarse. Si no ganas, si no eres capaz de superar a los competidores, serás un perdedor.

Losers. La percepción de sí mismos como perdedores ha producido la reacción identitaria, fascista, nacionalista, supremacista que está empujando el mundo a la catástrofe. Los millones de norteamericanos que crecieron en los años ochenta y noventa creyendo ciegamente en el verbo neoliberal, agresivamente competitivo, se encuentran hoy en una pesadilla. Los Estados Unidos han perdido todas las guerras que han provocado en los últimos veinte años. Y no pueden salir de ellas. Y además la promesa económica falleció para la mayoría de la clase obrera blanca. Una epidemia de toxicomanía opiácea se desencadena en el suburbio, consecuencia y causa al mismo tiempo de una ola de depresión psíquica y de sufrimiento mental incontenible. Formados en la esfera cultural de ser vencedores o no ser nada, descubren que son perdedores en la esfera real: social, psíquica, sexual. Aquí se encuentra el corazón negro del supremacismo mundial.

En esa misma conferencia aseguró: «cuando la vida se define en ganadores y perdedores nos obsesionamos con ganar y esa obsesión nos lleva a perder, lo que provoca humillación y, en consecuencia, deseo de venganza». Lo definió como «una pérdida de la razón».

El nombre del presidente norteamericano lo explica todo: es el vengador, el que puede decir a la élite, a los negros, a los intelectuales, a los migrantes, a las mujeres: You are fired. Y de manera más brutal (y al mismo tiempo más sutil): You are trumped.

Lo que desean los humillados (de todo el mundo, no solo estadounidenses) no es un proyecto racional y político. No existe. Lo que desean es venganza. Vengarse contra «los otros». En este escenario no hay explotadores porque no somos explotados, tan sólo somos guerreros identitarios. El capital financiero, además, es un enemigo inalcanzable, invencible porque inescrutable.

La sociedad ha dejado de ser el lugar de la solidaridad. ¿Volver a ella es una de las soluciones para librarnos de la situación en la que estamos?

Es la paradoja política central de la subjetividad: necesitamos empatía y solidaridad para liberarnos de la parálisis de la empatía y de la solidaridad.

El texto apareció originalmente en La Tempestad 134 (mayo de 2018)

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