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Panorama aceleracionista

‘Aceleracionismo. Estrategias para una transición hacia el postcapitalismo’ es una colección de ensayos de Alex Williams y Nick Srnicek, Mark Fisher, Nick Land y Franco Berardi. Guillermo Núñez comenta el volumen, publicado por Caja Negra

Guillermo Núñez Jáuregui | lunes, 16 de abril de 2018

En septiembre del año pasado la editorial argentina Caja Negra puso a circular Aceleracionismo, una antología de ensayos en torno al aceleracionismo, que ahora puede encontrarse en México también. Subtitulado Estrategias para una transición hacia el postcapitalismo, este panorama compilado por Armen Avanessian y Mauro Reis no sólo incluye el “Manifiesto por una política aceleracionista” (2013), de Alex Williams y Nick Srnicek (una primera traducción, como indica este volumen, puede encontrarse aquí), sino varias de las ondas expansivas que generó, incluyendo textos de algunos de sus críticos, como Franco Berardi (se incluye su texto “El aceleracionismo cuestionado desde el punto de vista del cuerpo”, también de 2013), así como de algunos de los ideólogos principales, como Nick Land o el desaparecido Mark Fisher. Pero la antología se enfrenta, además, a la responsabilidad de incluir textos de pensadores que no necesariamente se identifican con el aceleracionismo pero que han desarrollado teorías en corrientes vecinas, como el xenofeminismo (Laboria Cuboniks), el realismo especulativo o el universalismo racionalista (Reza Negarestani). A pesar de que sólo ha pasado un lustro desde la aparición del manifiesto, este título sirve para ubicarlo en coordenadas históricas, como una de las instancias en que la filosofía continental continúa (en una línea, más bien una inflorescencia mirífica, que va de Hegel a Marx y sus incansables comentadores: Foucault, Deleuze, Guattari, Hardt, Negri, entre tantos otros).

La antología a ratos logra un efecto tan desestabilizador como provocador, especialmente ante los textos de Land, y no sólo por acusar a ciertos marxistas de ser fieles a un “miserabilismo trascendental”, sino por la sugerencia de que algunas de sus obras desorientadoras de los noventa (se incluye “Colapso” de 1994, cuya prosa evoca una especie de ruido blanco ideado para entorpecer la comunicación) son precedentes del aceleracionismo. Pero también hay otros momentos ¿conciliatorios? que incluso se permiten clarificaciones. Por ejemplo, Fisher parece responder aquí a uno de los puntos torales de la crítica de Berardi: “Una noción actualmente dominante del aceleracionismo lo considera como la exhortación a intensificar cualquier proceso capitalista, particularmente los “peores”, con la esperanza de que esto llevará al sistema a un punto de crisis terminal. (Un ejemplo podría ser la idea de que votar por Reagen y Thatcher en los ochenta fue la estrategia revolucionaria más efectiva, ya que sus políticas conducirían supuestamente a la insurrección.) Esta formulación, sin embargo, admite cuestionamiento en el sentido de que da por sentado lo que el aceleracionismo rechaza: la idea de que todo lo producido “bajo” al capitalismo pertenece al capitalismo. En contraste, el aceleracionismo sostiene que hay deseos y procesos que el capitalismo hace surgir y de los que se alimenta, pero que no puede contener; y es la aceleración de estos procesos lo que empujará al capitalismo más allá de sus límites. El aceleracionismo es también la convicción de que el mundo deseado por la izquierda es postcapilista, de que no hay posibilidad de retornar a ese mundo, aunque pudiésemos hacero”.

La cita proviene de un texto de Fisher donde, desde la música popular, cuestiona la efectividad de ciertos imaginarios revolucionarios, un texto que hace una curiosa mancuerna con “Estética aceleracionista: ineficiencia necesaria en tiempos de subsunción real”, de Steven Shavir, un ensayo que será de particular interés para quienes aún se preguntan sobre la eficacia política del arte en los tiempos que corren, cuando todo ha sido estetizado en un sentido blando, cuando los libros literarios también son infoproductos, cuando ciertas estéticas han pasado de ser transgresoras a normativas. Entre el espectáculo y el escándalo, parece que la estética aceleracionista (que se permite el cinismo y la complicidad o rechazar apoyar la indignación o la superioridad moral) no puede reivindicarse políticamente, pero sí crear, aún, un espacio, aunque sea pequeño, de autonomía para las artes. Cosa que, por otro lado, ¿no ayuda a desmitificar esa sacrosanta idea modernista?

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