16 de agosto de 2017

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11/12/2025

Pensamiento

Safari humano

El vínculo entre neoliberalismo y deshumanización es cada vez más explícito: la política de la crueldad atraviesa la cultura contemporánea

Alejandro Badillo | jueves, 11 de diciembre de 2025

Fotografía de Sebastian Pociecha en Unsplash

En noviembre de este año algunos medios difundieron la siguiente noticia: la Fiscalía de Milán investiga una denuncia que involucra a italianos fanáticos de las armas y de extrema derecha que dispararon a civiles desarmados durante el asedio a Sarajevo (1992-1995) por las tropas serbobosnias. El escritor y periodista Ezio Gavazzeni respaldó su denuncia con un documento de 17 páginas y se han sumado a la querella legal ex magistrados italianos y la ex alcaldesa de Sarajevo de 2021 a 2024, Benjamina Karić. Se estima, según una nota en El País, que 11 mil civiles habrían sido asesinados por francotiradores que pagaron entre 80 mil y 100 mil euros por la caza, aunque según la hipótesis se pagaba más por disparar a niños. La justicia serbia trató el asunto como “una leyenda urbana”, pero las pruebas apuntan a una realidad que se intentó ocultar por muchos años.

El ser humano cazado por otro ser humano, reducido a un trofeo, ha sido un tópico recurrente en las ficciones literarias y cinematográficas. Como suele suceder, parece que la realidad comienza a reflejar los inquietantes escenarios imaginados por escritores a lo largo de la historia. Mientras la ideología tecnoutopista alrededor de la llamada inteligencia artificial especula con una próxima humanización de los algoritmos y procesos que ocurren en Internet, los seres humanos de carne y hueso –aquellos considerados desechables o prescindibles– fueron usados como tiro al blanco a finales del siglo XX. La Guerra de Bosnia –producto de la desintegración de la URSS y la antigua Yugoslavia– sirvió como un Estado de excepción para que hombres de negocios ricos viajaran a la zona de conflicto para cazar por diversión a seres humanos. Ahora nos deberíamos preguntar por otros campos de tiro que aún no trascienden a la opinión pública. También convendría preguntar por los hombres y mujeres cazados por diversión en épocas anteriores y cuyas historias no llegaron a ningún tribunal porque eran víctimas de las potencias coloniales en regiones lejos de Europa.

En la novela American Psycho de Bret Easton Ellis, publicada en 1991, se retrata el vacío existencial de un yuppie de la época, Patrick Bateman, representante de los jóvenes acaudalados estadounidenses que prosperaban en el mundo unipolar y volcado a las finanzas después de la Guerra Fría. Como el dinero no es suficiente para darle sentido a su vida, recorre en las noches las calles de Nueva York para torturar y asesinar a quien pueda, pues su clase social le otorga impunidad. Easton Ellis retrata al personaje como un psicópata que disfruta su crueldad en las noches mientras mantiene su otra vida –banquero de inversiones– en los límites que demanda Wall Street. La política de la crueldad aún se mantenía en las cañerías del gobierno y de los corporativos estadounidenses. Cazar a otros seres humanos, torturar a alguien por placer, exterminar por deporte era algo que no podía pertenecer al statu quo de la época. Bill Clinton, presidente de Estados Unidos de aquellos años, ejemplificaba el optimismo del capitalismo neoliberal y no es recordado por pronunciar discursos violentos. Tras bambalinas, como se sabe, la Casa Blanca seguía con guerras de baja intensidad en varias partes del mundo, en particular en Medio Oriente.

El safari humano, la caza del hombre por el hombre, parece haber llegado a una nueva etapa. El primer ejemplo que viene a la mente, por supuesto, es el genocidio en Gaza y las numerosas evidencias de soldados israelíes asesinando a personas que sólo buscaban comida. El acto de terror y la deshumanización del otro ya existían desde hace mucho tiempo en la política de segregación y exterminio en Gaza, pero adquiere tintes macabros cuando los mismos agresores se filman divirtiéndose mientras disparan. La normalización de la crueldad siempre empieza por discursos antes inaceptables que comienzan a infiltrarse en la sociedad, discursos que convierten al otro no sólo en enemigo sino en algo no-humano y, por lo tanto, descartable. Si la Ilustración y la Revolución Francesa promovieron la idea de la igualdad universal –que no se llevó por completo a la realidad, como muestra la historia–, ahora regresamos a una suerte de canibalismo social en el cual el poderoso puede justificar sin mayor empacho la eliminación del más débil. En las novelas del Marqués de Sade los agresores justifican la violencia que ejercen, particularmente contra las mujeres, porque la naturaleza los ha hecho superiores. De la misma manera, los hombres que usaron las calles de Sarajevo como escenario de feria con blancos vivos pensaron que podían disponer de hombres, mujeres y niños porque tenían poder y dinero.

La normalización del safari humano no sólo implica la deshumanización de la víctima sino también la del agresor, pues ha abandonado cualquier rasgo de empatía. Las señales se multiplican todos los días: propagandistas de la ultraderecha que promueven la idea de que los migrantes deber ser sujetos a medidas cada vez más crueles; columnistas neoliberales que proponen eliminar o disminuir las pensiones porque los jubilados ya no aportan nada al país; hombres jóvenes aislados y deprimidos difundiendo mensajes misóginos en las redes sociales y foros clandestinos en Internet; votantes en varios países del mundo respaldando políticos reaccionarios que demonizan a los pobres y resucitan ideas propias del fascismo que se creían superadas. La deshumanización, en esta nueva etapa, recurre a lógicas que convierten a la población descartable en mercancía. Ya en 1729 Jonathan Swift proponía en su brillante ensayo repleto de humor negro, Una modesta proposición, que los pobres de Irlanda vendieran a sus hijos a granjas para después ser comidos por los terratenientes ricos. Antes motivo de vergüenza, la ideología deshumanizante se vuelve cada vez más popular en una sociedad global enfrentada a múltiples riesgos vitales y sin respuestas.

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