02/12/2025
Literatura
Rosella Postorino: Historia y vidas íntimas
Conversamos con la escritora italiana sobre su novela ‘Me limitaba a amarte’ (Anagrama), donde imagina las vidas de niños bosnios refugiados
Rosella Postorino retratada por Alejandro García. © EFE
Fechas que han de repetirse hasta quedar memorizadas; sucesos grabados en piedra que muy de vez en cuando podrán reescribirse; acontecimientos que, muchas veces sin contexto, se enseñan en los temarios escolares. Y, sin embargo, de todo esto poco se aprende. De pronto la historia parece más un recuento de cosas que pasaron casi espontáneamente y, más allá de los grandes nombres, deja de lado a quienes la vivieron. ¿Qué pasa con la cotidianidad de la gente cuando es limitada por los asedios? ¿Por qué un niño treparía un árbol para cortar manzanas mientras las mirillas de los francotiradores lo tienen centrado? Cuando uno escapa de las bombas, ¿le quedan fuerzas para amar?
En el verano de 1992, a tres meses del asedio de Sarajevo, un grupo de niños fue llevado de un orfanato en la ciudad a Italia, para refugiarse de la Guerra de Bosnia. Los menores dejaron atrás a sus familias y hogares. Escapaban de crímenes étnicos y de guerra –producto de la desintegración de Yugoslavia– como la masacre de Srebrenica, en la que fueron asesinados más de ocho mil musulmanes y expulsados 30 mil niños, ancianos y mujeres, según el Comisionado para los Derechos Humanos europeo.
Inspirada en estos hechos, Rosella Postorino imaginó Me limitaba a amarte (2023), una novela de formación que durante veinte años sigue las historias de menores refugiados. Omar, inicialmente de 10 años, espera la vuelta de su madre sin saber si aún vive. Nada es una pequeña mutilada que no encuentra su propio lugar fuera de territorio; su hermano, Ivo, es llamado a filas. Los personajes son puestos en situaciones difíciles y dolorosas, pero en la escritura de Postorino también caben la ternura y el amor. La novela –traducida por Miquel Izquierdo y editada por Anagrama en español, este año– da continuidad a los temas que la autora italiana ha abordado en obras anteriores como La catadora (2018), ahora también película, sobre una gastrónoma que trabaja para Adolf Hitler. Ganadora de una decena de premios y finalista del Strega –uno de los más prestigiosos de la literatura italiana– la escritora trabaja sobre los fenómenos colectivos.
“Busqué a los jóvenes que abandonaron Sarajevo en 1992 y hablé con algunos de ellos, lo que confirmó la idea de que, incluso en la tragedia más grande y colectiva, los seres humanos siempre experimentan tragedias personales e íntimas”: Rosella Postorino.
“Busqué a los jóvenes que abandonaron Sarajevo en 1992 y hablé con algunos de ellos, lo que confirmó la idea de que, incluso en la tragedia más grande y colectiva, los seres humanos siempre experimentan tragedias personales e íntimas. Me interesa cómo la vida íntima se entrelaza con la Historia y se ve influida por ella”, comparte Rosella Postorino vía mail. “Sobre todo, busqué a esos jóvenes italianos que crecieron y se quedaron aquí, ahora mujeres y hombres de mi generación. Con quienes querían hablar conmigo forjé una relación que perdura hasta hoy. Hablamos por teléfono o videollamada, debido al confinamiento y, tras la publicación del libro, conocí en persona solo a unos de ellos porque otros se habían ido de Italia mientras tanto. Conservo muchas notas de nuestras conversaciones, que alimentaron mi imaginación”.
La otra inspiración para la autora, igual de importante, viene de Izet Sarajlić y su poema “Una calle para mi nombre”, en el que el bosnio se pregunta si su nombre podría aparecer como nomenclatura cuando muera. Y no sería la de una avenida ni camino grande, porque el mismo autor, expone en su poema, no ha tenido una acción heroica. Finalmente se pregunta: “¿qué cosa hacía mientras sucedía la Historia?”. Postorino toma la respuesta del poema como título para su novela.
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Mientras sucede la guerra, los protagonistas de tu libro viven sus amores, crecen y se convierten en adultos, alguno tiene problemas de drogas y otros pierden a sus madres. ¿Por qué era importante tener siempre presentes las emociones y vivencias de la gente ante la tragedia?
He leído mucho sobre la guerra. Sé que durante la Guerra de Bosnia la gente se casaba, incluso se abrió una escuela de modales, usaba una dinamo conectada a la rueda de una bicicleta para alimentarse y poder escuchar música y bailar, y hasta se pintaba los labios para salir incluso bajo las bombas. La vida no puede permanecer suspendida durante años y años; la vida late a pesar del miedo y la angustia.
¿Cómo fue tu viaje a Sarajevo y tu investigación sobre la guerra?
Regresé a Sarajevo, una ciudad que ya amaba, y me quedé allí dos semanas entre finales de 2019 y principios de 2020. Había nieve y un frío de hasta -16 grados centígrados. En esa ocasión, gracias a una activista bosnia que hablaba italiano –porque durante la guerra se había refugiado en Italia–, conocí a algunos padres de niños que se habían marchado y nunca regresaron tras el fin del conflicto. Algunas madres y algunos padres siguen buscando a sus hijos y no saben qué les ocurrió. Aunque vivían en el orfanato, muchos de los niños tenían padres vivos y los visitaban con regularidad. Sin embargo, con el estallido de la guerra fue imposible informar a estos padres de la iniciativa humanitaria para salvar a los niños que se marcharon a Italia sin su conocimiento. Entonces conocí al conductor del autobús que llevó a los niños a Milán, al director del orfanato en la época del asedio, y visité el orfanato tal como está hoy.
Después de hablar con estos niños, ahora adultos, ¿intentaste explicar sus sentimientos antes de contar lo que vivieron?
En realidad, no intenté explicar sus sentimientos. Inventé personajes ficticios, que son fruto de mi imaginación y que tienen, todos, algo en común conmigo. Mi interés siempre ha sido la relación entre los seres humanos. Siempre me han interesado las relaciones humanas y cómo la historia, es decir, los fenómenos sociales y públicos condicionan el curso de nuestros sentimientos. Finalmente, me interesa comprender cómo crecemos incluso con infancias destrozadas. Ya he explorado este tema en otros libros, es una de mis obsesiones.
“El genocidio de Srebrenica no impidió que ocurrieran otros, al igual que el asedio de Sarajevo, donde la gente vivía sin electricidad, agua, comida ni medicinas, no ha evitado que se repita el horror de aplastar a otras poblaciones en un intento de aniquilarlas. La gente olvida fácilmente”: Rosella Postorino.
En un pasaje del libro ubicado en medio de la guerra hay una frase: “¿aún puedes pensar en el amor?”. Y sí, al final los niños se las arreglan para amar. ¿Por qué los humanos estamos tan empeñados en el amor?
Porque somos animales sociales y sin los demás no logramos sobrevivir. Y porque mientras deseamos nos sentimos vivos, a pesar de todo. La vida muere cuando todo deseo, de cualquier tipo, se extingue.
Has dicho que contar la historia de la guerra desde la perspectiva de un niño es contarla a través del absurdo absoluto. ¿Cuál sería la diferencia con los adultos, si la guerra ya es en sí absurda?
Los niños tienen una visión virgen del mundo, la mirada de quienes aún deben conocer el mundo y no han interiorizado lo que es la guerra, resignándose a que ésta exista. Vista a través de sus ojos, la guerra revela aún más su absurdo, su absoluta e inconcebible paradoja.
A treinta años de la Guerra de Bosnia, mientras sufrimos el genocidio en Gaza, ¿hay alguna lección que no hayamos aprendido?
El genocidio de Srebrenica no impidió que ocurrieran otros, al igual que el asedio de Sarajevo, donde la gente vivía sin electricidad, agua, comida ni medicinas, no ha evitado que se repita el horror de aplastar a otras poblaciones en un intento de aniquilarlas. La gente olvida fácilmente. Cuando Putin invadió Ucrania, en Italia las personas –incluso en los medios de comunicación– hablaban de la primera guerra en Europa después de la Segunda Guerra Mundial. La larga y sangrienta guerra de los Balcanes había sido olvidada. Así que, lamentablemente, debo reconocer que los seres humanos no aprendemos nada de la historia.