14/11/2025
Pensamiento
Por un Internet democrático
‘Internet para la gente’, de Ben Tarnoff, invita a replantear el ecosistema digital que moldea de forma cada vez más profunda nuestras vidas
Fotografía de Ivan N en Unsplash
Las críticas a Internet y las redes sociales son cada vez más frecuentes. La llamada inteligencia artificial ha polarizado la discusión: algunos la consideran una amenaza civilizatoria; sus propagandistas afirman que revolucionará para bien la industria, la enseñanza y el conocimiento. Muchas personas extrañan los primeros tiempos de la red, a finales del siglo XX y los primeros años del XXI, cuando el internauta podía navegar lejos de los algoritmos actuales, el robo de datos y la publicidad que vuelve imposible leer la información de periódicos y portales digitales. Cada día arrecia la inconformidad contra las plataformas dominantes, que controlan de formas cada vez más coercitivas nuestras vidas. Por si fuera poco, aparecen estudios que muestran la pérdida de concentración y la fragmentación de la atención ocasionada por los teléfonos celulares, el vehículo que ha hecho posible que Internet nos acompañe a todas partes.
Una de las respuestas usuales para rescatar la red es convertirse en un ciudadano digital responsable. A diario leemos a expertos que recomiendan maneras seguras de navegar y desconectarse para conseguir una suerte de “desintoxicación” que prevenga la adicción y sus efectos secundarios. También hay propuestas para regular las redes sociales por medio de leyes que, en teoría, protejan al ciudadano. Sin embargo, casi no se habla de un aspecto crucial: la necesidad de desprivatizar Internet para convertirlo en una tecnología democrática y, sobre todo, sin afán de lucro. Se ha normalizado la idea de que un puñado de corporaciones todopoderosas –Alphabet, Amazon, Apple, Meta, Microsoft, X, TikTok– controlen los medios de comunicación globales y, particularmente, manipulen nuestra manera de entender el mundo. Los medios privados siempre han representado los intereses políticos y económicos de los grupos de poder; sin embargo, no habían tenido el nivel de penetración de nuestra época.
Este año apareció la traducción al español de Internet para la gente. La lucha por nuestro futuro digital (2022), de Ben Tarnoff, periodista especializado en tecnología. El libro es una historia de Internet desde sus orígenes y, al mismo tiempo, una propuesta para convertirlo en un bien público y gestionado por la gente. Para lograr su objetivo, Tarnoff muestra la infraestructura que sostiene Internet y cuenta cómo fue acaparada por los intereses privados. El autor nos invita a imaginar una estructura vertical cuyo último piso son las plataformas y aplicaciones que usamos todos los días. Sin embargo, lo que hace funcionar la red –además de energía– es una larga e intrincada red de cables submarinos que conectan continentes y hacen que llegue a todos los dispositivos globales. Esta infraestructura –desconocida por la gran mayoría de tecnófilos que promueven la idea de una red “desmaterializada”– fue desarrollada por la industria militar estadounidense y, por lo tanto, financiada con dinero público. Posteriormente fue regalada o rematada a los corporativos que convirtieron la red en un territorio para obtener cada vez más ganancias y controlar la comunicación. La última etapa en este trayecto –después de la crisis y el rompimiento de la burbuja de las “punto com” en los primeros años del siglo– es la que podemos identificar con conceptos como “capitalismo de vigilancia”, acuñado por la académica Shoshana Zuboff. La transición consistió en explotar los datos de los usuarios en lugar de funcionar solamente como tiendas en línea. Los usuarios son, en realidad, los que crean valor a partir de sus interacciones y, sobre todo, la información que después alimenta a motores de búsqueda y algoritmos.
Ben Tarnoff muestra, a partir del funcionamiento de Internet, cómo siempre fracasarán las regulaciones a los corporativos que dominan la red. El único objetivo de cualquier empresa, en particular los emporios tecnológicos, es la obtención de ganancias. Cualquier intento de controlar legalmente a los dueños de la red y de las llamadas plataformas se enfrenta a la necesidad de privilegiar un negocio de miles de millones de dólares. La comunicación y la manera de moldear la percepción de cualquier persona no son gestionadas democráticamente. Cuando se entra a Internet se navega entre basura, algoritmos que potencian la emocionalidad y, en los años recientes, contenido generado por bots. La teoría del “internet muerto” –que parecía tener mucho de ficción conspirativa al inicio– comenzó a cobrar realidad con oligarcas como Mark Zuckerberg, cuyas propuestas más recientes incluyen sustituir la interacción humana con perfiles en redes sociales creados con IA. No sólo eso: la aparición de resúmenes creados por la misma tecnología en Google, el principal motor de búsqueda, representa una amenaza existencial a los portales que dependen de las visitas para tener ingresos por publicidad. La información ahora está pensada para alimentar los algoritmos y no para establecer acuerdos ni hacer política.
Por medio de ejemplos recientes, Tarnoff nos señala algunos caminos para democratizar Internet. Uno de los más importantes, por ejemplo, es la consolidación de cooperativas que puedan conectar a poblaciones abandonadas por los corporativos, ya que no son negocio para ellos. Incluso en la época del expresidente Biden hubo algunos avances para empoderar a algunas comunidades gracias a nuevas legislaciones y apoyo del Estado. La nueva llegada de Donald Trump a la Casa Blanca amenaza con acelerar el dominio de las empresas tecnológicas. De igual forma, la parte superior del edificio –las páginas y plataformas que manipulan a los visitantes– debe ser puesta al servicio del interés de la sociedad y no de los experimentos muchas veces ilegales de los dueños de empresas como Meta, Amazon, Tesla y demás. Las llamadas innovaciones tecnológicas pudieron ayudar a mejorar la vida de las personas cuando se transmitieron democráticamente y sirvieron como herramientas.
Como muestran los investigadores Daron Acemoglu y Simon Johnson en su libro Poder y progreso. Nuestra lucha milenaria por la tecnología y la prosperidad (2023), invenciones como el molino de trigo estuvieron en el centro de muchas disputas entre los terratenientes y los que cultivaban la tierra. En el pasado,la tecnología podía ser adaptada para los propósitos de las comunidades lejos de los centros de poder. De esta manera la gente ganaba independencia y podía controlar un poco su futuro y sus decisiones. Ahora la tecnología es una camisa de fuerza para quien la usa. Peor aún: quien la usa piensa que lo hace libremente. La tecnología no es neutral y siempre ha servido a una mezcla de intereses políticos y económicos. Leer libros como el de Ben Tarnoff ayuda a desentrañar la estructura de Internet –que muchos asumen inmaterial e invisible– y entender que la solución no es regular un juego cuyas reglas están hechas por unos cuantos sino replantear por entero el ecosistema que moldea de formas cada vez más profundas nuestras vidas.