La Tempestad

“La belleza será comestible o no será”, escribió Salvador Dalí en un artículo de Minotaure de diciembre de 1933. Se trataba de una respuesta al final de Nadja (1928), donde André Breton apeló a la belleza convulsiva. Más allá de las disputas surrealistas, el involucramiento de sentidos distintos al de la vista es una constante en las artes gobernadas por la retina. Los ojos y la boca tienen vínculos neuronales y son vecinos en nuestros rostros, pero el papel del gusto en nuestra relación con el mundo, más allá de los placeres gastronómicos, es un terreno fértil que puede ser pensado desde puntos de mira diversos.

En la exposición Conocer el mundo con la boca, sin que te piquen las espinas Beto Díaz Suárez y Dea López han construido un dispositivo curatorial que permite abordar estas cuestiones en una zona donde el arte se encuentra con la antropología, la sociología, la biología, la política y otros saberes en los que la ingesta de alimentos y bebidas, además de otro tipo de sustancias, involucra algo más que el paladar. Es, en última instancia, una interrogación sobre el cuerpo como espacio de mediación entre sujeto y entorno. Conviene traer aquí lo escrito por Hartmut Rosa en Resonancia (2016), a propósito de comer y beber: “El mundo es, entonces, incesante y literalmente procesado por nuestro cuerpo. No existe forma más elemental y porosa de relación con el mundo”. En un momento donde el peso cultural de la cocina es cada vez mayor, esta muestra indaga en nuestro vínculo con los alimentos a través de artistas que acaso han mirado con la boca. Comer y beber, para seguir con Rosa, “están siempre culturalmente sobredeterminados: la preparación y la ingesta de alimentos no sólo constituyen elementos centrales de toda cultura o desarrollo cultural, sino que también están íntimamente vinculadas a las relaciones sociales (con el mundo) en cada caso predominantes”.

Organizada por la Colección FEMSA, presentada originalmente en el Museo Casa Diego Rivera de Guanajuato como parte de la programación del 51 Festival Internacional Cervantino, Conocer el mundo con la boca, sin que te piquen las espinas tiene una nueva iteración en la Casa del Lago UNAM de la Ciudad de México desde el 17 de mayo. Sus variantes en cuanto a piezas y artistas, derivadas del cambio de espacio expositivo y el tiempo transcurrido, permiten apreciar la potencia del trazo curatorial, pues a la par que se reactivan diversas reflexiones surgen nuevas preguntas. Cuerpo, territorio y comida interactúan en 42 piezas: pintura, escultura, fotografía, instalación, video y performance. De Ana Mendieta a Ana Hernández, pasando por Antonio Henrique Amaral, Chantal Peñalosa Fong, Francis Alÿs, Nacho López, Polvo de Gallina Negra (Mónica Mayer y Maris Bustamante), Remedios Varo, Thomas Glassford o Yessica Díaz. En la presentación a medios, incluso, la activación Exhibir y desaparecer, de Gabriel Lengeling, hizo posible comer en paletas de nieve piedras del sol, cabezas olmecas y estatuas de Xochipilli.

Gabriel Lengeling en la activación Exhibir y desaparecer en Casa del Lago UNAM, Ciudad de México. Fotografía: Michelle Lartigue. Cortesía de la Colección FEMSA

“Cada bocado es un relato”, dice Dea López, y lo cierto es que las obras incluidas en la exposición son narrativas en distintos grados pero de forma inevitable: se trata de pensar humanos en situación, donde los cuerpos tocan, inhalan e ingieren fragmentos de mundo. Con 12 piezas de la Colección FEMSA y 29 de otras procedencias, los jardines de la Casa del Lago albergan una comisión: en Estación meteorológica experimental no.1, 2025 Miguel Cinta Robles conecta la exposición con el Bosque de Chapultepec. La instalación en sitio, que incluye muestras de plantas y tierras recolectadas en los alrededores, dialoga con la memoria de un antiguo huerto y plantea una reflexión sobre los espacios para el reposo y la contemplación en entornos urbanos atravesados por la desigualdad. Durante la inauguración, Soft Circuit Babe, alias de la investigadora sonora Carola Humo, ofreció un performance con sonidos surgidos de la fermentación: también es posible oír lo que ingerimos.

“Y mi relación con el mundo es comer”, escribe Herta Müller en Todo lo que tengo lo llevo conmigo (2009). No se trata de apropiarse meramente de un pedazo de mundo, sino de asimilarlo y transformarlo (lo mismo en células que en excreciones). Acaso ahí es posible identificar el núcleo político de Conocer el mundo con la boca, sin que te piquen las espinas, donde raza, clase y género se incorporan al bocado y, a veces, se nos atragantan en el ojo. Maneras de mesa, memorias, elaboraciones, huesos y espinas, carnes y semillas, migraciones, consumos, paisajes… Son temas habituales, en algunos casos ancestrales, pero en esta muestra colectiva atraviesan tiempos y espacios para reactivar la pregunta sobre lo que puede el cuerpo.

Vista de la exposición Conocer el mundo con la boca, sin que te piquen las espinas, Casa del Lago UNAM, Ciudad de México. Fotografía: Michelle Lartigue. Cortesía de la Colección FEMSA