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01/05/2025

Cine/TV

Guerra, adrenalina y desasosiego

‘Tiempo de guerra’, de Alex Garland y Ray Mendoza, reactiva la discusión sobre la capacidad del cine bélico para operar críticamente

Sergio Huidobro | miércoles, 30 de abril de 2025

Fotograma de ‘Tiempo de guerra’ (2025), de Alex Garland y Ray Mendoza. © A24

En una célebre entrevista de Gene Siskel a François Truffaut, publicada el 11 de noviembre de 1973 en el Chicago Tribune, el director de Jules y Jim levantó los puños contra las películas de ficción de tema militar. “No creo haber visto nunca una película antibélica”, dijo Truffaut, para quien todo retrato de la podredumbre y la miseria moral de los conflictos armados implicaba una sanitización de la guerra apta para las taquillas, el show business y el beneplácito de cierta crítica, que invitaba a disfrutar del espectáculo de las guerras en pantalla grande y sonido estereofónico ahorrándose la monserga de indagar en sus causas o, peor, sus consecuencias.

La denuncia de Truffaut hacía eco de lo escrito por Jacques Rivette una década atrás en “De la abyección” (Cahiers du Cinéma 120), sobre la inmoralidad de transmutar los genocidios en éxitos de taquilla, antecede del severo juicio de Claude Lanzmann sobre La lista de Schindler (Steven Spielberg, 1993) o el de Samuel Fuller sobre Cara de guerra (Stanley Kubrick, 1987), a la que calificó, con su habitual sutileza, de “otro puto promocional para reclutamiento militar”. Pese a la contundencia de los dichos, la historia militar terminaría por confirmarlos cuando, en décadas y masacres posteriores como las del Golfo Pérsico, Afganistán o Irak, soldados estadounidenses fueron estimulados y preparados para el combate mediante proyecciones de Apocalipsis ahora (Francis Ford Coppola, 1979) o similares, recibidas con aplausos y gritos por los reclutas.

¿Es posible, pues, hacer cine que sea a la vez industrial y antibélico? Los conmocionados espectadores de Ven y mira (Elem Klímov, 1985) o Johnny tomó su fusil (Dalton Trumbo, 1971) responderían que sí, el cine contra la guerra existe, mientras nos enfrente al abismo abierto por los estragos bélicos –como Goya en sus aguafuertes– y no a la adrenalina viril de los combates. Por otra parte, los entusiastas de la cuestionable 1917 (Sam Mendes, 2019) probarían lo dicho por Truffaut, Rivette o Fuller: una película de guerra que se asume a sí misma como espectáculo termina por ser, abiertamente o por negligencia, un promocional castrense.

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Fotograma de Tiempo de guerra (2025), de Alex Garland y Ray Mendoza. © A24

Tiempo de guerra (Warfare, 2025), quinto largometraje dirigido en una década por el londinense Alex Garland, resulta, entre la habitual y previsible producción de dramas bélicos hollywoodenses, una de las propuestas más interesantes para reavivar la discusión. Drama que se pretende hiperrealista, de sensación tardía respecto a la hornada de películas sobre la invasión estadounidense a Irak, que tuvo su auge hace más de una década (El francotirador, 2014, o la oscarizada Zona de miedo, 2008, entre otras), tiene la particularidad de compartir autoría en dirección y guion con el ex marine estadounidense Ray Mendoza, cuyos recuerdos, se supone, sirven de riguroso eje narrativo para lo relatado. Aunque podría decirse, con justicia, que se trata del trabajo más maduro de Garland, también es un muestrario de las virtudes, carencias y omisiones de su filmografía anterior.

Estamos a fines de 2006. Corre el tercer año de la invasión y un grupo compacto de marines participa de una misión más o menos encubierta en el centro de Ramadi, un poblado fantasmal cercano a Bagdad. La operación en grupo les ha permitido formar una especie de familia masculina que alterna las conversaciones cotidianas y el aburrimiento con ráfagas de brutalidad que, se nos sugiere, no dejan de ser otro día en la oficina.

En el guion de Garland y Mendoza, de escasos noventa minutos que simulan una ominosa cronología en tiempo real, los marines efectúan una operación en el interior de un domicilio iraquí. La familia nativa, de la que no sabemos nada, permanece como rehén en su propia habitación. Al llegar los tanques que deberían recoger a los soldados algo sale terriblemente mal. Con los minutos en contra, retroceden y esperan nuevos refuerzos. Las heridas sangran. Los cadáveres se abandonan en el asfalto. Los gritos se multiplican. A distancia, un centro de mando advierte la posibilidad de enemigos acercándose por el techo.

Es difícil reprochar a Tiempo de guerra sus virtudes técnicas, rigor dramático o destreza narrativa, que son evidentes. La parquedad desnuda de su puesta en cámara, la pericia de su diseño sonoro y el intenso compromiso de su reducido elenco son, a todas luces, virtudes que abonan a lo pretendido por Alex Garland y Ray Mendoza: construir menos un relato que una experiencia de la guerra. Delante y detrás de cámara hay técnicos y artistas con oficio y madurez, admirablemente coordinados. Es un relato conciso, minucioso, tallado en piedra, con un arco emocional cuidadosamente diseñado.

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Fotograma de Tiempo de guerra (2025), de Alex Garland y Ray Mendoza. © A24

Sin embargo, este punto de vista –que se nos presenta como testimonial, basado estrictamente en hechos– constituye a la vez su talón de Aquiles, pues el fondo mismo de la invasión a Irak y sus motivos permanecen, al inicio y al final, incólumes, sin cuestionamiento. Tanto el guion como la fotografía del debutante David J. Thomson nos acercan a la intimidad de los marines sin poner voz, rostro ni nombre a uno solo de los adversarios árabes. Nada en el diálogo, las decisiones de cámara o el montaje sugiere que la población iraquí podría estar resistiendo una ocupación militar; al contrario, aparece y desaparece como una amenaza hostil, circundante. Dentro de su primer tercio, el más sereno y silencioso del conjunto, Tiempo de guerra traza con claridad la frontera de sus simpatías, recibiéndonos como uno más de los soldados americanos, subrayando las heridas emocionales a las que estos son sometidos, pero sin plantear pregunta alguna sobre la naturaleza de sus acciones.

Cuando el conflicto estalla –literalmente– en el segundo tercio, Garland y Mendoza optan por despolitizar su relato para ceder, en pocos minutos, a un thriller de sobrevivencia y claustrofobia en el que la amenaza exterior (en este caso partisanos iraquíes, presunta o probablemente terroristas) podrían cambiarse por zombis, vampiros o narcotraficantes sin alterar un ápice del efecto. Coincidentemente, Tiempo de guerra se estrenó a la par de Pecadores (2025), otro producto comercial de survival horror que, con el disfraz de abierta fantasía, termina siendo más política, racial y militante.

En ese punto Garland termina coincidiendo con su anterior road movie distópica Guerra civil (2024): la aparente politización funciona bien como punto de partida y marco general para presentar a sus personajes, pero pronto se diluye para concentrarse en los golpes de efecto y la espectacularidad del conjunto, sin llegar a decir nada claro, nuevo o relevante sobre el entorno sociopolítico que le ocupa. Algo similar puede decirse del feminismo en Men: Terror en las sombras (2022), el ambientalismo en Aniquilación (2018) o la inteligencia artificial en Ex-Máquina (2014); Garland es un cineasta hábil, imaginativo y con oficio, pero con más voluntad de aprovechar temas coyunturales que de explorarlos a profundidad. Tiempo de guerra merece ser vista por su irreprochable factura y como modelo de crescendo narrativo, sin perder de vista que su forma audiovisual termina actuando en función del militarismo colonialista cuyo horror, se supone, busca denunciar. Uno abandona la sala golpeado pero estimulado, más por la adrenalina que por el desasosiego. Quizás, al final, Truffaut tenía razón.

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