16 de agosto de 2017

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15/05/2024

Literatura

Dos pintores viajeros

Sobre el diálogo de ‘Peregrino transparente’, de Juan Cárdenas, con ‘Un episodio en la vida del pintor viajero’, de César Aira

Nicolás Cabral | miércoles, 28 de febrero de 2024

Henry Price, 'Tocaima' (1852). Colección del Banco de la República, Colombia

Peregrino transparente (Periférica, 2023), la novela de Juan Cárdenas, obliga a volver, inmediatamente después de terminar su lectura, a uno de los libros señeros de César Aira, Un episodio en la vida del pintor viajero (Beatriz Viterbo, 2000). Cuando se amontonan palabras en Google aparece una entrevista con el colombiano donde comenta que, efectivamente, el relato del argentino está en el origen del proyecto. Novelas sobre pintores viajeros, europeos, al promediar el siglo XIX, en Sudamérica. Pero lo más interesante es que esta suerte de apropiación o reescritura no reduce en lo más mínimo la singularidad de Peregrino transparente, notable por derecho propio, en todo caso aporta una capa más a la recepción de un texto complejo, evocativo, lleno de imágenes fulgurantes, capaz de mezclar una suerte de arqueología del presente con la novela de aventuras y la teoría del arte.

La comparación de ambos libros, separados por un par de décadas, alumbra lo mismo el de Aira que el de Cárdenas. Como ocurre con otros relatos del argentino, la lectura de Un episodio en la vida del pintor viajero instala una sensación enigmática. Ahí está esa prosa dúctil, que parece surgir de la improvisación y al mismo tiempo tener un fuerte anclaje clásico, que al final produce una novelita de viaje, llena de ideas sobre el arte y, al mismo tiempo, con un núcleo vacío. ¿De qué habla ese relato? De un momento traumático en el trayecto de su personaje, el pintor alemán Johann Moritz Rugendas, que sobrevive al impacto de dos rayos consecutivos en una planicie, en su viaje hacia la pampa. Pero ¿por qué se narra ese episodio? Pese a la perspicaz lectura de Martín Kohan (revista Ramona, no. 32, mayo-junio de 2003), que identifica una suerte de nacimiento conceptual del cine –electrificado, con el rostro transfigurado, Rugendas se obsesiona con capturar el movimiento– se impone, me temo, la libertad del arte narrativo, sin metáforas evidentes ni mensajes subyacentes. La escritura parece cabalgar hacia la creación de imágenes y de momentos reflexivos que operan como puestas en abismo:

Todas estas escenas eran mucho más de cuadros que de la realidad. En los cuadros se las puede pensar, se las puede inventar; con lo cual pueden sobrepasarse en extrañeza, en incoherencia, en locura. En la realidad, en cambio, suceden, sin invención previa. Frente al Tambo estaban sucediendo, y a la vez era como si se estuvieran inventando a sí mismas, como si manaran de las ubres de las vacas negras.

Juan Cárdenas elige a otro pintor histórico, el inglés Henry Price, obsesionado con la obra de un misterioso colega, el genial Pandiguando. Como miembro de la Comisión Corográfica, pinta el paisaje humano y natural de distintas regiones de la República de la Nueva Granada, hoy Colombia. La intención es identificar el potencial económico y político de zonas donde las posibilidades están aún abiertas, en disputa entre liberales y conservadores, a pocas décadas de consumada la Independencia. Pero donde Aira narra sin detenerse en meditaciones históricas o políticas, Cárdenas flexiona el viaje una y otra vez: cuenta la gestación misma de la novela, imagina el destino de Price, cava en la historia del capitalismo en América Latina.

La diversidad de registros de Peregrino transparente apuntala su condición de novela extraordinaria, por razones muy distintas a las que vuelven extraordinario su modelo, Un episodio en la vida del pintor viajero. Y sin embargo está el tema central, el artista cuya mirada trata de apresar lo que ve. Estas novelas, más bien, hacen ver. Son pictóricas, piensan lo pictórico, y en buena medida sus reflexiones pretenden inscribir una mirada más amplia sobre la relación entre arte e historia. Pese a lo explícito de sus intenciones, que tienen de guía Peregrinación de Alpha (1853), de Manuel Ancízar, Juan Cárdenas logra construir su propio enigma. Intuimos un montón de cosas pero, al final, ¿qué hemos leído? En esa apertura de posibilidades ocurre, aún, la literatura, como leemos en Peregrino transparente tras un excurso sobre un poema de Mario Montalbetti:

Es la literalidad de la literatura lo que resulta insoportable. Es la literalidad –la desobediencia radical del lenguaje literario a cualquier programa o algoritmo– lo que la ideología de nuestro tiempo intenta desesperadamente reconducir, domesticar, amaestrar. Así que, por favor, dejen de decir que el problema es que somos muy literales. Ojalá fuera así. El problema es justamente que no podemos soportar la literalidad, el vacío central del significante o el vacío central de las partículas elementales, tanto da. El pivote inmaterial de toda la materia. El truco de la ideología no es la literalidad, sino su habilidad para establecer un significado fijo para cada cosa que decimos y hacer que esa operación fraudulenta parezca siempre natural.

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