16 de agosto de 2017

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20/05/2024

Literatura

Cristina Morales o la demolición

Nicolás Cabral revisa ‘Los combatientes’ e ‘Introducción a Teresa de Jesús’, novelas de Cristina Morales reeditadas por Anagrama

Nicolás Cabral | lunes, 11 de enero de 2021

Cristina Morales. © EFE

Entendida como arte, es decir, como parte del régimen estético de la modernidad, la literatura ha operado la sistemática disolución de las diferencias entre temas y tonos “altos” y “bajos”, ha desnaturalizado la relación de necesidad entre formas y contenidos determinados, ha minado las jerarquías de los sistemas de representación, ha liberado al lenguaje de las demandas comunicativas: esta actitud indiferenciadora no hace más que certificar la igualdad entre los sujetos, entre los lectores. Tal es la forma en que la literatura, y dentro de ella la ficción, hace política. Lo que podría pensarse, entonces, es la manera en que la prosa narrativa disiente en contextos puntuales y dentro de tradiciones concretas.

La escritura de Cristina Morales parece estar en guardia, en posición de combate, siempre alerta ante los embates de la ideología, de aquello que el Estado liberal y el consenso democrático pretenden imponer como modelo de conducta. Sus novelas dejan en evidencia las relaciones de poder naturalizadas y plantean la politización como proceso desalienante. “El yayo Karl decía que alienación es la desposesión del obrero con respecto a su manufactura. Yo digo que alienación es la identificación de nuestros deseos e intereses con los deseos e intereses del poder”, explica Nati, una de las “discapacitadas intelectuales” –las otras son Patri, Marga y Àngels– que protagonizan Lectura fácil (2018). Tuteladas por el Estado, cuyas medidas asistenciales se orientan a mantener a raya cualquier manifestación de singularidad, a sujetar en los parámetros de lo “normal” las apetencias sexuales, las posiciones políticas o el comportamiento público, las mujeres cuya discapacidad ha sido dictaminada pueden incluso ser esterilizadas por su bien.

Que la primera novela de Morales se titule Los combatientes (2013) es una declaración de intenciones. Los personajes, miembros del Grupo de Teatro de la Universidad de Granada, se definen a sí mismos como “alienados contra el poder”, con lo que buscan formas dramáticas de transgresión que, eventualmente, puedan ser útiles fuera de escena. Se trata de no sucumbir a la norma, y el propio libro se niega a hacerlo, pues es a un tiempo novela y dispositivo teatral. Foucaultiana, Cristina Morales sabe que el poder penetra y disciplina los cuerpos, de ahí que el escenario funcione como laboratorio discursivo y carnal de sus combatientes, anticipando lo que explorará en Lectura fácil a través de la danza integrada.

Pero el gesto más decididamente disensual tiene lugar a través de una boutade. En una suerte de asamblea, los personajes peroran performativamente sobre la decadencia de España, sobre la posibilidad de incrustarla nuevamente en la historia universal. Que el pasaje haya sido leído por algunos en sintonía con los “indignados” del 15M dice bastante sobre el consumo acrítico de proclamas políticas, y pone al lector alerta: el discurso (no atribuido) pertenece a Ramiro Ledesma, uno de los ideólogos del falangismo. La de Morales es, entonces, una poética de la sospecha: “yo me acerco a la literatura sospechando”, escribe el personaje que lleva su nombre en Los combatientes. Nathalie Sarraute habló, ya en 1950, de la era del recelo entre el narrador y el lector; en escritores como Morales, no parece haber terminado.

Contemporáneos, los personajes de Los combatientes han estado, de una u otra forma, en contacto con ideas emancipatorias, pero ¿qué decir de una mística del siglo XVI que además de monja fue escritora? Introducción a Teresa de Jesús (2015), apócrifo diario íntimo de la santa de Ávila, permite a Cristina Morales explorar las tensiones entre institución y deseo, los mecanismos de sujeción de la mujer:

Las mujeres tenemos que obrar, sí, pero con discreción. Andar, sí, pero de puntillas. Aunque sea nuestra voluntad, ha de parecer que son otros los que actúan por nosotras: el Papa de Roma, el provincial de Ávila, la Virgen del Carmen o el Espíritu Santo. ¡Otra como Juana Suárez! Tú verás, Teresa: o calladita y con convento nuevo, o escritora y en la hoguera. Si no, pregúntale a tu dominico por lo que decía San Pablo: “Las mujeres cállense en las iglesias, pues a ellas no les toca hablar, sino mostrarse sujetas”.

Es la contracara del revolucionario Libro de la vida concluido por la religiosa en 1565, escrito en primera persona para volverse público, pero editado póstumamente como todas sus obras, donde pese a todo asoman pasajes inquietantes –“Y es así que me ha acaecido parecerme que andan los demonios como jugando a la pelota con el alma, y ella que no es parte para librarse de su poder”– y retadores (aunque la Inquisición estaba siempre atenta). Morales traduce la irritación que vibra debajo de la escritura autorizada, la de una mujer incómoda para el estamento eclesiástico que al final la canonizó, para con ello volverla inofensiva, para desactivarla. Sin estridencias, la novela hace de Santa Teresa una disidente, y trabaja su voz con un pie en el estilo espontáneo y sereno de El libro de la vida y otro en la lectura (sobra decir “creadora”) del texto. El resultado es una parodia, es decir, un canto que revitaliza.

Luego del impacto de Lectura fácil, uno de los libros auténticamente renovadores de la narrativa hispánica reciente, Anagrama ha decidido apostar por la reedición de las dos primeras novelas de Cristina Morales –la tercera es la notable Terroristas modernos (Candaya, 2017). Excesivamente cómodos en nuestro recelo de la literatura española contemporánea –hay motivos de sobra–, los lectores latinoamericanos haríamos bien en leer una de sus expresiones más abrasivas, una obra para la que la demolición de toda pretensión normalizadora sólo puede operarse desde el más estricto rigor en la escritura.

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