16 de agosto de 2017

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14/05/2024

Cine/TV

Juan M. Sepúlveda. El otro Canadá

Carlos Rodríguez | viernes, 6 de octubre de 2017

Hoy se estrena en la Cineteca Nacional La balada del Oppenheimer Park (2016), del cineasta mexicano Juan Manuel Sepúlveda. El filme, una coproducción entre México y Estados Unidos, aborda el proceso que siguen Harley Prosper, Janet Brown y Bear Raweater, nativos exiliados de reservas canadienses, mientras crean una película dentro del perímetro del parque donde se reúnen a beber todos los días. Utilizando su vida cotidiana y su larga historia de opresión, Sepúlveda construye un documento sobre los efectos del despojo y el abandono de los pueblos. La cinta ganó el premio Heritage Award en el festival Cinéma du Réel.

 

¿De qué forma diste con la historia del Oppenheimer Park, lugar en el que se reúnen los nativos canadienses, cuya situación es de abandono?

 

Al realizar estudios de posgrado en Canadá me interesé en la historia del parque en el que se reunían los centroamericanos que habían huido de sus países y que encontraron refugio en Vancouver. Me hice amigo de los ancianos que todavía frecuentaban el lugar y que representan el exilio. Sin embargo, poco a poco me involucré con los nativos canadienses. Al escuchar sus historias de confinamiento me sentí extraño. Me di cuenta que en Canadá se viven situaciones, como en México, en las que los derechos de los indígenas no se respetan. Los pueblos nativos fueron objeto de exterminio y confinamiento. Recientemente se acaba de emitir un informe que reconoce este genocidio. El gobierno canadiense obligó a los indígenas del siglo XIX y hasta finales del siglo XX a inscribirse en escuelas residenciales. Un niño indígena canadiense tenía más probabilidades de morir que un soldado de la misma nacionalidad en la Segunda Guerra Mundial.

 

La cámara se mueve poco. ¿A qué responden las decisiones formales de la película?

 

Creo en el plano fijo que permite abrir un espacio entre la representación y el performance. La vida cotidiana se vuelve un performance. Procuré estructurar la película en una serie de viñetas, a la manera de la construcción literaria, bastante canónica. La cámara fija sirve para establecer un retablo que cuenta una historia, y luego pasar a otra. Aunque, evidentemente, como realizador me tuve que adaptar a las situaciones y, en cierto momento, me di cuenta que la cámara debía desplazarse y corresponder al clímax de la película, por lo tanto también me pareció oportuno en términos estructurales poder dividir la película en dos bloques: el de la observación y el de la participación activa.

 

La poética del cine radica en el acto de filmar, más allá del testimonio que se busque o de la comunicación que se produzca. La posibilidad política real se dio durante el proceso de filmación. Es decir, procuré que el rodaje de este proyecto fuera un espacio abierto que generara una participación creativa y reivindicara la beligerancia de estas personas que se reúnen todos los días en el parque. Fue necesario escucharnos y decir qué tipo de película era necesaria para todos. Lo primero que me dijeron es que no querían estar en un documental pues ya habían participado en muchos, que estaban cansados de platicar de todas las veces en que han sido abusados, ya que eso les resulta contraproducente. Decidimos hacer algo más divertido. De esta forma no reivindican su papel de víctimas sino que generaron una participación emancipatoria, por llamarla de algún modo. Al considerar que su vida diaria está regida por la imposición de la ley y el orden introduje elementos del western. No hay mejor género cinematográfico para pensar en la desposesión de la tierra y el confinamiento.

 

El tema de la migración es uno de los que más se ocupan hoy los artistas. La balada del Oppenheimer Park es una película con un tema muy antiguo y todavía vigente. ¿Qué papel tiene esta situación en el mundo contemporáneo?

 

Vivimos en un mundo en el que nos han ido confinando poco a poco y hemos sido poco conscientes de ello. Hemos perdido el espacio público en beneficio de lo que el Estado cataloga como bienestar común. El gobierno canadiense obligó a los desempleados durante la Gran Depresión a construir los parques nacionales, agrupándolos en campamentos. Luego están las historias del confinamiento de los enemigos durante las guerras mundiales. Los canadienses y estadounidenses confinaron a los japoneses y a los ucranianos, por considerarlos enemigos de guerra. El gobierno de Canadá asesora a Israel para el confinamiento de los palestinos. Es un tema vigente, un modelo que se ocupa de construir los modos de coerción social. Por ejemplo, los nativos canadienses reciben un cheque mensual del gobierno que los obliga a rentar habitaciones dispuestas por el propio Estado y que están absolutamente controladas a través de sistemas de vigilancia. A través de una contraseña se puede saber qué medicamentos consumes, cuántas visitas hiciste al doctor, si acudiste con un abogado. En Norteamérica hay un nivel muy fuerte de control de la vida cotidiana. El imperio británico legó a los anglosajones este modo de confinamiento que permite el despojo de la tierra para su posterior ocupación.  

 

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