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La fiebre de Fiebre

Óscar Benassini | jueves, 7 de septiembre de 2017

Apareció en la Ciudad de México un nuevo proyecto editorial: Fiebre Ediciones. Apareció con el ímpetu natural de los impresos de juventud, con una declaración política en la página 01: “Fiebre busca la difusión del trabajo creativo realizado en América Latina a partir de 1980, década en la que el surgimiento de una nueva oleada de gobiernos autoritarios y asesinos forzó la reinvención de las formas y los medios tradicionales de protesta y organización social”. Fiebre apareció, también, como una declaración política: en la página 04 los editores anotan que su proyecto no persigue el lucro, que los contenidos no tienen derechos de autor, que pueden ser usados sin su autorización y que esta primera edición se imprimió en la Cooperativa Cráter Invertido. Fiebre apareció febril.

 

El movimiento editorial independentista en México es consistente sin ser, claro, un movimiento organizado directamente alrededor de una estética o de una política de medios explícita, más allá del Do It Yourself o del Because I Can (que no son para nada poca cosa). Es más bien una red formada por editoriales informales, que editan y publican libros y revistas de nicho, con tiradas sensatas, impresos en duplicadoras de estudio o en pequeñas imprentas del centro de la Ciudad. Objetos agradables, para diversos segmentos culturales. (Existen pocas cosas más indispensables para la conformación de una sociedad crítica que las ediciones independientes.) Incluso, en este panorama, hay en la Ciudad de México varios foros anuales para la distribución y venta de estas obras.

 

En su primera edición, Fiebre reúne distintos documentos impresos (artículos periodísticos, afiches, entrevistas, reportajes y cartas) publicados en aquel Perú convulso de los años ochenta, en los albores de Sendero Luminoso y del punk, durante una de las peores crisis sociales del siglo XX, provocada por un proyecto político moderno de probeta, como tantos en Latinoamérica, diseñado para desangrar y empobrecer al país y privilegiar a los nuevos socios capitalistas. A esta original antología de contenidos anarquistas peruanos (de lomo descubierto y cosido), al primer volumen de Fiebre se lo bautizó en portada como Bestias (con un serigrafía amarilla sobre una fotografía en blanco y negro, en cartón grueso).

 

No sabemos si Bestias es el nombre de una colección en curso de Fiebre Ediciones, que “busca la difusión del trabajo creativo realizado en América Latina a partir de 1980…”, o sólo es el título de este volumen inaugural en homenaje al colectivo activista peruano Bestiario, activo de 1984 a 1987, integrado por estudiantes de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Ricardo Palma, de Lima. Una historia sorprendente la de Bestiario, puesta a la luz por Carla Lamoyi y Antonio Medina, los editores de Fiebre: resulta que durante los ochenta los Bestias ya incorporaban a su práctica y a su ética arquitectónica, como una forma de política, conceptos como arquitectura inmaterial, arquitectura sin arquitectos, arquitectura de la necesidad, arquitectura participativa, arquitectura no solicitada, arquitectura efímera acupuntura urbana. Los “arquitectos con caras sucias”, como los llama Sissi Acha en su reportaje,  por un breve periodo desarrollaron una arquitectura teórica y práctica como respuesta a la emergencia social. Tendencias diseñísticas tan promovidas, con fines de lucro, por medios, arquitectos y diseñadores europeos y norteamericanos del nuevo milenio.

 

Otro de los aciertos de esta comprimida curaduría editorial es presentar en el mismo horizonte de “sobrevivencia” a Bestiario y a la Movida Subterránea, “la corriente creativa musical contracultural influenciada ética, estética y políticamente por el punk y la música alternativa no comercial”.
Bestias también incluye, aparte de un despliegue fotográfico de gran valor historiográfico, una lista de discos punk de esos años, que incluye a Leusemia, Zcuela Crrada, Sociedad de Mierda, Eructo Maldonado, Ataque Frontal, Lima 13 y otros: 132 páginas que rescatan la inconformidad expresiva –artística– de hace treinta años y “la alegría de trabajar en grupo”, “el aburrimiento que causa a los hijos del ruido la música de los políticos”: ansiedades todavía vigentes.

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